La pandemia nos dio tiempo para pensar la escuela que teníamos y de sentir la necesidad de un cambio de la cultura escolar.

En muchísimos colegios aún se mantenía el ordenamiento de los alumnos en fila, con distancia social, mirando el pizarrón, incorporando contenidos que había que entender y memorizar para la instancia de evaluación. Saberes construidos por otros y aprendidos de modo provisorio.

Consideramos que hay que deconstruir la didáctica clásica de las tres E: yo, docente, te Enseño; tú, alumno, Ejercitas; yo, docente, te Evalúo. Esa es la escuela a la que no hay que volver.

La pedagogía pospandemia tiene que apuntar a la construcción, no a la recepción y a la memorización de contenidos fácilmente olvidables después de la evaluación.

La dicotomía presencial-virtual no debería ocultar lo fundamental, ya que la conectividad y el acceso a los dispositivos no son los únicos problemas por resolver en Argentina. Nadie discute hoy, después de lo vivido, que esos son derechos indiscutibles que el Estado debe garantizar.

La real dificultad está en no cuestionar las anteriores prácticas y pararse en la postura nostálgica de volver a la “normalidad”. ¿A cuál?

¿A la alta deserción, especialmente en el nivel medio?

¿Al aburrimiento cotidiano de los alumnos, que van perdiendo el deseo de saber?

¿Al malestar docente por los bajos salarios y el creciente desprestigio profesional?

¿A la resistencia a la lectoescritura de muchos, con la consiguiente dificultad para el aprendizaje de casi todas las materias?

¿A la hiperconexión que los atrapa restando lenguaje, imaginación, pensamiento crítico y experiencias de real socialización?

Sería mejor pensar en una “nueva normalidad” que nos hiciera revisar qué enseñar, cómo hacerlo, qué y cómo evaluar, y el mejor modo de desarrollar las competencias que el mundo exige.

Quizá una currícula más minimalista, más acotada, sin tanta repetición, para poder así incluir temáticas actuales, donde el cuidado del planeta y de la salud ocupen un lugar preferencial.

Más que TIC

Lo virtual llegó a las aulas para quedarse. Muchos docentes resistentes a las TIC (tecnologías de la información y la comunicación) las aprendieron y las aplicaron. Y en eso no hay vuelta atrás.

Pero cada vez somos más conscientes de que, ante tanta tecnología, hay que responder con una pedagogía que aleje al docente del papel de tecnócrata, para refundar “lo docente” desde la pasión por estar en el aula y por dejar huellas como ninguna pantalla lo logra.

La escuela cobra sentido si abre las puertas al mundo con la intención de cambiarlo, de transformarlo.

Quienes no se pudieron conectar sufrieron un doble aislamiento y nos hicieron ver “sin vendas” el lado oscuro del mundo (no sólo de nuestro país) en sus aspectos no inclusivos e injustos. Para ellos, fueron y son tiempos de invisibilidad y de exclusión. Lo venían siendo.

Para el resto, para quienes no vieron interrumpidos sus aprendizajes en esta pandemia, son tiempos esperanzadores, de reconstrucción, de tejer redes para construir entre todos una escuela llena de sentido.

Será posible si no la dejamos sola. Si toda la comunidad educativa se hace cargo de este desafío, y si el Estado respalda y sostiene la acción.

Hoy, además de los dolores “pandémicos”, el país nos duele y la sensación es que le cuesta ponerse de pie.

Las escuelas, cuidadas y funcionando hasta donde puedan, serán de nuevo el lugar donde niños y jóvenes recuperen aprendizajes, sueños, amigos, sonrisas y sentido de la vida.

Ya comenzaron las clases en muchas escuelas. Renacen esperanzas batallando contra los miedos.

Fuente: La Voz