“Sé que son imprescindibles la máscara y el barbijo por cuestiones de seguridad porque los profesores damos clases a varias burbujas. No cuestiono eso, pero la verdad es que es un suplicio. Tenés que gritar más, los chicos no te escuchan, no te podés pasar de la línea demarcatoria y alzás más la voz. Quedé disfónica el primer día de clases”.

De esta manera, relata Carolina Suárez, profesora de Matemáticas en un colegio privado, cómo fue su debut como docente con tapabocas y escafandra anti-Covid.

El protocolo de regreso a las aulas en Córdoba indica que el docente debe usar de manera permanente la máscara transparente de plástico encima del tapabocas y cumplir el distanciamiento de dos metros con los estudiantes, siempre que sea posible. Además, las puertas de las aulas deben estar abiertas para que circule el aire.

Son nuevos tiempos y la realidad escolar 2021 encuentra a los docentes con las reglas inéditas que impone la bimodalidad, y con la presencialidad en “burbujas”, que obliga a portar implementos de seguridad sanitaria nunca antes utilizados.

Los educadores no cuestionan las medidas, pero advierten serias dificultades en la comunicación y alertan sobre los eventuales problemas de salud al esforzar las cuerdas vocales.

Un relevamiento realizado por este diario muestra que muchos se quedan sin voz o con desgaste; se sienten asfixiados o terminan las clases con dolor de garganta y de cabeza.

Pero, además, la mayoría considera que sin la gestualidad es difícil entenderse y lograr empatía. Las máscaras se empañan y la voz retumba. Entonces, gritan más y escuchan menos. En el caso de la primaria y el jardín de infantes, los niños no le conocen la cara a la maestra.

Los testimonios de docentes de escuelas estatales y privadas sobre las dificultades para dar clases con los accesorios de protección son coincidentes. Algunos llevan su propio micrófono o expansores de sonido que permitan amplificar la voz.

En las redes sociales y en la calle se multiplican las quejas. Sin embargo, el Ministerio de Educación, los gremios docentes y las cámaras de colegios privados aseguran que no recibieron reclamos formales. Desde la Provincia, incluso, dijeron que el uso de micrófono en las aulas es un tema que “no está en evaluación”.

“Dar clase con barbijos y máscaras está planteado en el protocolo y se hace muy complicado. Los chicos dicen: ‘Profesor, no se le escucha’. En mi escuela y en mi caso, no llegamos a la necesidad de micrófono porque son pocos chicos, pero es difícil escucharse y entenderse. Si uno tiene muchas horas de clase seguidas, se afecta bastante la garganta”, opina Franco Boczkowski, profesor de Lengua en dos escuelas provinciales.

En algunas secundarias privadas, sin aportes estatales, se provee de micrófonos a los profesores. En otras, los docentes comenzaron a solicitarlos o, si los tienen, los llevan desde su casa.

“El tema es que los chicos no escuchan nada. El paso siguiente será ‘los docentes sin voz’. Los que pueden se compran micrófonos, pero con el sueldo docente son muy pocos”, admite la directora de un colegio católico de Córdoba.

Un micrófono inalámbrico de vincha de alta resolución y largo alcance se consigue en Mercado Libre en alrededor de cinco mil pesos.

Falla la comunicación

Gabriela Llados, profesora de primer año del Ipem 38 Francisco Pablo de Mauro, explica que el barbijo entorpece la comunicación con los alumnos ya que bloquea la voz y obliga a hablar en un volumen más alto y a articular más las palabras.

“Hay que hacer un esfuerzo con la cara completa para tratar que te entiendan. Además de la voz, está eliminada la gestualidad en más del 50 por ciento de tu cara y la comunicación se dificulta. También es complejo entenderles a los chicos”, dice Gabriela. “Les explico que traten de imaginar que tienen una pared enfrente y que su voz tiene que pasarla y recién ahí me va a llegar”, agrega.

La situación mejora o empeora según la acústica del aula, aunque las “burbujas” no son de más de 15 alumnos. “La escuela todavía está bastante vacía y no hay tanto ruido afuera ni de otras aulas, pero cuando pasa un auto la comunicación es nula”, dice Llados. “Tengo mi propio micrófono, me parece que va a ser una herramienta necesaria, pero eso no te va a ayudar con la parte más importante, que es la de escuchar a los alumnos. El micrófono puede ayudar a que te entiendan las instrucciones que das. Pero hacer una clase dialógica, que debería ser el sentido de la presencialidad, está bastante recortado”, opina.

El profesor de Geografía del Ipem 38, Gustavo Luna, asegura que el uso de máscara y barbijo impide respirar bien. ”Ya de por sí, sin barbijo ni máscara los docentes tienen que elevar la voz. Aunque ahora no son tan numerosos los cursos, es dificultoso. Los problemas de voz tampoco están reconocidos en la escuela. Con el calor, tantas horas, es bastante incómodo”, puntualiza.

“Con el uso de las máscaras y barbijos, la proyección vocal disminuye, lo que lleva a un esfuerzo mayor y a lo largo del tiempo genera patologías vocales, como nódulos”, apunta Luna.

Provisión

Una profesora del área de Ciencias Naturales de un colegio privado cuenta que les proveen de las máscaras de plástico, pero cada docente debe comprar su barbijo. “Tenemos alumnos hipoacúsicos y necesitamos barbijos transparentes. Ese es otro gasto que tenemos que hacer. Cuando les pregunté a los chicos si preferían que me sacara la máscara o el barbijo para que me entendieran, y me dijeron: ‘Sáquese el barbijo para leerle los labios’”, explica.

“Dar clases con las dos cosas es complicado. Con la máscara, retumba la voz; con máscara y barbijo, transpira la frente y con el barbijo te transpira la boca y la cara, en días de calor”, agrega.

El presidente de la Cámara de Institutos Privados, Javier Basanta Chao, asegura que todos los colegios que pertenecen a la cámara entregan barbijos tipo quirúrgico, con “una porosidad que permite una mejor transmisión de la voz”.

“No son los barbijos cerrados de entramado de tela. Hasta el momento no hemos tenido inconvenientes ni nos hemos enterado de reclamos. En los espacios donde se están impartiendo clase, hay poca cantidad de alumnos, no exceden los 15. Por ende, el sonido de la voz se hace de manera correcta sin que el docente esfuerce la voz”, remarca Basanta Chao.

Marysol Augello es profesora de segundo a sexto año de varias materias de Ciencias Naturales en un secundario estatal. Aunque todavía no ha tenido clases presenciales, ha participado de reuniones docentes.

“Con barbijo y la máscara era imposible que la persona que estaba al frente me escuchara, al menos que levantara mucho la voz y yo me aturdía. Lo vi poco práctico sin haber todavía dado clases”, asegura.

María Elda Pereyra, maestra de la escuela Osvaldo Jorge León anexo Bandera Argentina en barrio Santa Isabel Segunda Sección, coincide en que a los chicos les cuesta entender.

“Las máscaras son bastante incómodas porque te tapan la voz. También son un inconveniente para las que usamos lentes porque se nos empañan. Traen bastantes dificultades. Con el barbijo hay que hablar muy fuerte. Es posible que tengamos que usar micrófonos. Hace una semana me reintegré después de una cirugía, y el viernes ya tenía bastante irritada la voz”, concluye Pereyra.

“Los niños saben las medidas de prevención”

María Laura García, maestra de sala de 4 en un colegio privado, dice que los niños tienen naturalizados el uso del tapabocas y los cuidados.

“Saben cuáles son las medidas de prevención, el distanciamiento social, el uso adecuado del barbijo, el lavado de manos y la necesidad de desinfectar los juguetes. Los niños han venido con ese caudal de información y nosotros desde el colegio lo reforzamos”, asegura.

“Los docentes tenemos que usar escafandra y barbijo. La escafandra se hace muy difícil de sostener. No la uso todo el día, un rato a la entrada, un rato a la salida. Lo que sí mantengo siempre es el distanciamiento social e intento que entre los chicos lo hagan. Como es salita de 4 y el uso de barbijo no es obligatorio, sí se lo sugerimos pero no los obligamos”, explica María Laura.

García cuenta que los chicos saben que hay que guardar distancia, también durante las meriendas. Se sientan siempre en un mismo lugar y lo respetan. Cuando terminan de jugar y la “seño” les pregunta: “¿qué tengo que hacer ahora?”, los niños contestan: “Limpiar los juguetes con alcohol”. “No nos ha costado mucho el cambio. Con mis compañeras decimos que es el mismo jardín con barbijo. Tratamos de cumplir con los protocolos. Trabajamos con niños de 3, 4 y 5 años que, si bien tienen este conocimiento previo de los cuidados, son niños”, subraya María Laura.

Cuando hay que cantar o contar un cuento, la maestra se aleja más de dos metros de los niños y se quita el barbijo para incorporar la gesticulación, indispensable para la comprensión. “Tengo muy presente el distanciamiento y luego, inmediatamente, me pongo el barbijo”, señala.

“La escafandra es una distancia total al niño. En mi escuela ayuda que tengo muy pocos alumnos, burbujas de siete. Puedo aplicar el protocolo en mi sala fácilmente y se cumple; me puedo dar ese lujo de cantar una canción lejos, sin el barbijo. O de contar un cuento. Hay flexibilizaciones que, si no las damos, los niños no aprenden”, concluye la maestra.

Fuente: La Voz