Es para nosotros una gran responsabilidad saber que mucha gente que no tuvo una educación religiosa puede abrirse a la fe cuando se encuentra con alguien concreto, que vive a fondo el llamado de Jesús. La primera aproximación a la fe es siempre por las personas. Los creyentes podemos decir que lo que abre el camino a la fe es una vida entregada con generosidad, con la convicción de estar respondiendo a la original generosidad de Dios.
El sufrimiento es muchas veces un gran ‘abrelata’ del corazón: te abre de manera violenta a las preguntas fundamentales. Dios te sigue amando en el sufrimiento, en el abandono, en el pecado. Si nadie le acercó la posibilidad de la fe al que sufre, es probable que ese sufrimiento quede estéril. Por otra parte, también la fe de unos es ocasión de la fe de otros.
El filósofo y escritor español Miguel de Unamuno, educado en una filosofía racionalista, que reducía la fe religiosa a un vestigio de infancia espiritual, decía que él hubiera querido creer, pero que no podía. Sin embargo, en cierto modo no le ocultaba a su mujer cierta admiración por la vida de fe de aquella. Una vez le preguntaron: “Don Miguel, ¿Ud. cree?” Él respondió: “Yo no, pero mi mujer cree por los dos.”
Esto me hizo pensar que, en el tema de la fe, hay como una especie de salvación en racimo. La atracción y la transmisión de lo bueno pasa de unos a otros: lo bueno que hemos recibido sentimos el impulso de transmitírselo a los demás.
No hace falta la adhesión explícita al amor que llama al amor. Dios se sirve de mil maneras de los dones que nos ha otorgado: la capacidad de escucha, la comprensión, el interés auténtico por cada persona, particularmente en su sufrimiento.
Es necesario aceptar el desafío de la desconfianza que aparece inicialmente para transformarla pacientemente en confianza, que es el fruto de un encuentro real entre dos personas.
La certeza de la verdad nos da el coraje de acercarnos a los demás, sabiendo que cada persona vale, y que en cada persona Dios nos ofrece una posibilidad concreta de que Su amor crezca. No somos los dueños de la verdad, sino sus incansables buscadores y servidores, que sabemos que lo que le da sentido a la creación es Dios mismo.
En las situaciones difíciles que puedan vivirse en las instituciones católicas, la búsqueda sincera y humilde de la verdad es lo que sana.
Entiendo que una institución crece y se abre también a alumnos de distintos credos y convicciones, y estamos abiertos a ese desafío, manteniendo siempre el compromiso de ser para cada uno de ellos ocasión de encuentro con la fe. En cuanto a los docentes, sin embargo, es muy difícil mantener la identidad católica, si no compartimos como mínimo la confianza en el orden natural. Porque nosotros impregnamos lo que enseñamos de nuestras convicciones más profundas, por eso necesitamos compartir con los demás docentes un fundamento firme.
Quizás nuestra actitud en el ámbito de la educación tiene que ser la humildad de ser portadores de un mensaje que es infinitamente más grande que nosotros mismos, y que puede aportar un enorme bien a los demás. Humildes porque este bien no es nuestro, pero, con la alegría de saber que puede producir bien. Y el bien posible es motivo de la esperanza. Somos portadores humildes de algo que nos supera por todos lados, pero que nos aporta la esperanza.