Eduardo Casas
El Papa Francisco en su última Encíclica Fratelli Tutti todo el Capítulo II (N° 56-86) está dedicado a una hermosa reflexión sobre la parábola del Buen Samaritano (cf. Lc 10, 30-37) como Parábola del cuidado. En este texto evangélico, Jesús acentúa la relación con el prójimo a partir del otro y de su necesidad. No pregunta quién es el prójimo del herido sino quién –de hecho y concretamente– en la necesidad de ese hombre, actuó verdaderamente como prójimo. Invierte la pregunta: no la hace a partir de la referencia de pertenencia y comunión que sentimos con otros (mi prójimo) sino que la reformula desde la necesidad del otro (¿Quién se comportó?; ¿quién lo socorrió en su necesidad real?)
No somos nosotros el centro de la relación con el prójimo sino –al revés– es la necesidad del otro la que nos constituye en prójimo. No hay próximo porque yo me decida a serlo, sino que lo soy porque el otro me necesita. Allí donde hay una necesidad, allí está la posibilidad de la projimidad. No es que somos prójimos porque amamos sino que, porque amamos, somos prójimos. La projimidad no es la causa sino la consecuencia. La causa es siempre el amor. La necesidad del otro es lo que me constituye prójimo, me hace su semejante y realiza la confraternidad. Todo el que necesita algo o alguien, es mi hermano. No es que seamos hermanos porque nos decidamos a ayudar a alguien; al contrario, es la situación del otro la que nos revela y nos reclama como hermanos. Somos hermanos de todos, especialmente de aquellos que más nos necesitan. La fraternidad se construye por la necesidad que tiene el otro a partir de una situación de vulnerabilidad. Quién más o quién menos, todos -en algún aspecto- somos necesitados. Por eso, igualmente, todos somos hermanos. El que necesita algo de mí es mi prójimo y yo soy el prójimo de otro porque también tengo necesidades: vivimos y sufrimos lo mismo.
La parábola del Buen Samaritano señala 7 acciones que revelan el proceso del cuidado:
Estas siete acciones enseñan el camino completo del cuidado. En la Biblia, el número 7 indica una realidad en estado de plenitud, madurez y acabamiento. El samaritano hace todo lo que se debe e incluso más, ya que al día siguiente da dos denarios de plata al dueño del albergue por los cuidados dispensados y -si la malherida gasta algo más- se comprometió a abonarlo a su regreso. El samaritano es el verdadero prójimo, el auténtico hermano que se conmueve, cura, alivia, protege, comparte el corazón, las heridas, el camino, los bienes, el techo y el dinero, el presente y el futuro. Es quien se preocupa, cuida y deja al cuidado. No se desentiende, ni siquiera después de realizar su parte.
Ojalá la reflexión de este texto y las palabras del Papa Francisco en su interpretación nos inspiren en la búsqueda de una nueva amistad social capaz de experimentar el cuidado como una forma especial de amor humano y cristiano.
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